29.4.09

Democracia representativa.

Gracias a una oportuna entrada publicada por una cofrade a quien recién leo, me he enterado de que, mientras la gente huye despavorida a causa de la epidemia, o se dedica a elaborar cada vez más complicadas teorías de la conspiración a propósito de lo mismo, nuestros eficientísimos legisladores -una vez más, es ironía- han aprobado un par de leyes que estaban en la congeladora y que, de momento, les ha parecido oportuno discutir y, en su caso, aprobar. La primera se relaciona con la creación de lo que será la nueva Policía Federal, en tanto la segunda tiene que ver con el narcomenudeo y el consumo de drogas.

Antes de comenzar con este breve examen, creo pertinente indicar algo que se escapa a muchos de quienes han analizado las acciones del legislativo: el que las leyes pasen ahora, justo en medio de la epidemia, tiene poco que ver con un manejo sucio, dada la escasa atención que reciben -lo cual es el nuevo argumento conspiracionista-, y mucho con la tradicional apatía de nuestros diputados y senadores, quienes holgazanean lindamente la mayor parte del tiempo que dura un periodo ordinario de sesiones -escasos tres meses-, y terminan por sacar la ley en los últimos días, sólo para que la población no diga que cobran sueldos estratosféricos por no hacer nada. De esta manera, incluso antes de que se declarara la contingencia sanitaria, era posible ver cómo los quinientos zoquetes de San Lázaro y los ciento veintiocho torpes de Xicoténcatl -en caso de que todos asistieran, claro está- se apresuraban a dictaminar, pasar y votar leyes a un ritmo increíble que, si fuera constante, haría que este país tuviera una legislación aún más gorda que la que actualmente posee.

Salvado el primer obstáculo para determinar que las leyes trabajadas no forman parte de una gran conspiración, y que no se desenvuelven en un ambiente oscuro, al amparo de la distracción creada por el virus porcino, vale la pena echar una mirada a las disposiciones emitidas para ver que tampoco son cosa del otro mundo, ni siquiera son propuestas nuevas que se saquen de alguna mágica manga para fastidiar a los espantados mexicanos. Por el contrario, la ley de la Policía Federal se cocina desde que se pensó elminar a la AFI -o sea, desde hace dos años, cuando menos-, mientras que la ley del narcomenudeo ha estado moviéndose en la arena política más o menos desde hace también un par de años; sin embargo, ambas han cobrado importancia en los últimos meses, de nueva cuenta, no por ninguna conspiración tramada por los legisladores sino, simplemente, porque se acaba el periodo ordinario y, por supuesto, se acercan las elecciones, y todo mundo quiere presumirle algo a sus potenciales electores.

El contenido de ambas leyes, aunque polémico, era de esperarse: por una parte, se faculta a la nueva policía para actuar alla maniera gringa y meter agentes encubiertos, compradores falsos, intervenir teléfonos, y demás ingeniosas ocurrencias que en las series policiacas dan excelentes resultados -¿o no, Jack Bauer?-, pero que en la vida real han probado ser tan inútiles como si las operaran Torrente o Philip Marlowe. El caso es que las tareas de inteligencia, dejadas a policías sin la misma, parecerían un cuento absurdo, una simple mascarada para decir "estamos haciendo algo", y dan una excelente oportunidad a los apólogos del crimen disfrazados de defensores de los derechos humanos para decir "fuera el ejército", aun cuando es el único que algo ha podido hacer contra el narco. Lógico, existe el miedo de que los polis encubiertos se dediquen a extorsionar, a cometer crímenes ellos mismos, o simplemente a tirar la flojera por ahí; no obstante, lo mismo pasa ahora que están uniformados, ¿no es cierto? Entonces, ¿a qué viene la alarma?

La segunda ley invoucra, con mucho, mayores problemas. Hace aproximadamente dos semanas, al aparecer el primer borrador de la ley contra el narcomenudeo, los senadores y diputados perredés -junto con esa horda de zopencos agrupada en el PSD- brincaron todos a una voz para exigir que se cambiara, y amenazaron con no votar cualquier ley que criminalizara el consumo. Entre paréntesis diré que, en mi opinión, tal sería el mejor medio para darle en la chapa al narco porque, si le caen veinte años al primer hijo de Jah o chaval de la pseudo izquierda que se sorprenda fumando inocentemente un toque, seguro que la práctica disminuye. Sin embargo, los perredés dijeron "no" -seguramente porque bien saben de lo que hablan, e incluso Pablito Gómez pareció revelar hoy que no le hace ascos al pastito vacilador, dado el convencimiento con que apuntó el modo en que la marihuana se encuentra en los paquetitos que sirven para venderla- y la ley se regresó a comisiones. Total, el cambio redundó en que se aprobaran las dosis máximas para el consumidor, se establecieran los mecanismos no punitivos, sino de orientación y rehabilitación, y todos contentos. El problema aparece cuando se piensa que tal ley pudiera ser contraproducente en la lucha sin cuartel que se entable contra el narco, pero eso parece no importar a los señores del  Senado. 

Lo anterior me lleva a preguntar: si estamos en una democracia representativa, ¿por qué demonios siento que esos diputados y esos senadores no me representan a mí? Yo no hubiera votado por esa ley absurda de la policía federal, ni tampoco por la del narcomenudeo; es más, por mí, que el ejército se líe limpiamente a plomazos con los narcos y que metan al tambo a los consumidores de porquerías. Y, en esto, creo que no soy el único que piensa así, por lo que me vuelvo a preguntar, ¿a quién representan estos sujetos? De cuando en cuando, cada vez con mayor asiduidad, aparece un personaje de un partido en la tele para decir "por ti, hacemos...", y recita una sarta de sandeces digna de mejor estulto. Sin embargo, no creo que por mí lo hagan; para abreviar, no creo que legalizar la posesión de drogas sea la solución, ni que acabe con el narco, ni que funcione de algo. ¿En qué momento los diputados consultarán a sus votantes las decisiones que toman? Lo ignoro. Es más, no sé quién sea mi diputado federal -el local sí, y es un imbécil a quien tarde se le hizo para dejar botado el changarro e ir por otro-, ni me consta que haya venido a preguntar qué queríamos, qué nos hacía falta, qué nos gustaría que hiciera. Sospecho que el tío ha de ser mentalista porque, desde su curul, o desde la línea que le tiran el Peje y los archimandritas del perredismo, adivinó qué queríamos. Claro que le falló, y todo lo que se necesitaba no fue ni siquiera considerado pero, bueno, fallitas técnicas las tiene cualquiera.

Lo último por decir es que, según indica lo recién anotado, los cuerpos legislativos en este país sobran. No sólo les sobra gente -quinientos diputados holgazanes es un mar de holgazanes-, sino que el cuerpo mismo, mientras no se acerque a la gente, sobra. ¿Cuál es su problema? La omnipotencia que les reviste, la cual les hace creer que saben cuáles son los problemas del país -más allá de lo que opinen los ciudadanos- y proceden a resolverlos por sí solos. Sin embargo, mis nada estimados legisladores, sépanselo bien: la ley, por sí misma, no crea cultura, y menos si no se tienen los mecanismos de aplicación necesarios. Ahí está esa ley -sexista y discriminadora- que prohíbe la violencia contra las mujeres. Un momento: ¿qué, acaso, no está prohibida la violencia contra cualquier ser humano? Entonces, ¿para qué redundar? Termina todo por sonar como "se prohíbe pegarle a los seres humanos, a las mujeres y a los indígenas." Lindo, sin duda. Más allá de esta tontería, ¿quién hace cumplir esta ley? ¿La cultura es modificable por ley? La violencia seguirá existiendo mientras los patrones educativos -que inician en la casa, no en la escuela- no se transformen, mientras las mismas mujeres no dejen de criar machines en sus casas, y los padres no asuman un rol de mayor responsabilidad en el mismo tenor. Sólo así, no con leyecitas ridículas.

Como conclusión: los diputaRAdos no sirven; entonces, ¿para qué votar este 5 de julio? Honestamente, la respuesta escapa a mis alcances. Me queda sólo pensar que, si los ciudadanos conscientes y pensantes nos abstenemos de votar por X o Z, que tal vez no sean tan malos, las masas de acarreados, el voto duro sin cerebro, ése sí irá a las urnas, y le dará mayor poder a quien, tal vez, nos fastidiará aún más. Salvo este argumento, no se me ocurre ningún otro. Juzguen ustedes y, si algo se les ocurre, no tarden en comentármelo, por favor.

28.4.09

La sospecha.

Como había comentado en la entrada precedente de este blog, al calor de la epidemia de gripe porcina han aparecido innumerables teorías, que van desde lo evidente hasta lo risible, pasando por lo obviamente político. A continuación anotaré dos de las más descabelladas que he oído y leído en las últimas horas, teniendo en mente el hecho de que es tan absurdo crear las mil teorías de la conspiración, el shock, y demás tonterías, como difundirlas, cual si los cerebros de los propagadores ya se hubieran contagiado de influenza y, navegando en mocos, estuvieran a punto de morir.

La primera que leí es de corte perredista: el gobierno está magnificando una epidemia inexistente con fines desconocidos pero, por pura casualidad, las entidades de la república en las que lanzó primero la alarma fueron, coincidentemente, aquéllas en las que gobiernan los principales candidatos a la presidencia en el 2012: Peña Nieto y el tal Marcelo. Cierto, la emergencia se declaró en esas entidades que, también casualmente, son las más pobladas del país, donde una epidemia tendría efectos en verdad devastadores, y donde ya han muerto personas. Así, quienes apoyan la conspiración política deberían considerar, antes de desbarrar, que el móvil de todo no es político, sino sanitario, con un asegún añadido: las medidas más drásticas que se han emitido en la Ciudad de México -y que podrían ser impopulares, dado que implican el cierre de negocios y la pérdida de dinero- no han surgido del gobierno federal, sino del local. Sobre este punto retornaré más adelante.

La segunda "hipótesis" -por no decir locura- circula en un correo electrónico donde, sin más, se dice que el gobierno de los Estados Unidos, coludido con las grandes empresas farmacéuticas, podría haber -ojo, siempre cabe la posibilidad de un o un no, pero lo que cuenta es correr la voz- diseminado un virus para aniquilar a la población de los países en desarrollo y, de paso, impulsar las ventas de las firmas mencionadas. A continuación, anotan una serie de "coincidencias" en las que apoyan sus sospechas, como serían la visita de Obama a México y la casi instantánea aparición de la epidemia, el anuncio de Aventis en torno a la construcción de una planta para producir vacunas anti - influenza en territorio mexicano, la lentitud con que circularon los primeros reportes sobre la enfermedad, la situación estratégica de México como centro turístico, que ayudaría a una dispersión mundial del virus en poco tiempo, el que no se nombre al antiviral que sí funciona, y la falta de "evidencias" reales en torno a la epidemia, o sea, nadie ha visto un cadáver ni a una familia llorosa.

Dada la amplitud de los anteriores "argumentos", los pondré aparte y trataré de razonarlos socráticamente, es decir, mediante preguntas que demuestren su nivel de ridiculez: si la población es aniquilada, ¿cómo potenciar la venta de medicamentos? ¿No se supone, acaso, que deberían crear clientes cautivos, y no matar a los potenciales compradores? Luego, si Obama trajo el virus, ¿por qué no hay muertos en los Estados Unidos? ¿No es extremadamente obvio y, si fuera cierta la conspiración gringa, una movida por demás arriesgada? Si no fue Obama, ¿cómo llegó el virus? ¿Cómo explican que existieron casos en Veracruz desde febrero, mucho antes de que el sujeto en cuestión apareciera en este país? Una más: si Aventis construirá una planta para producir vacunas, ¿no se tiene en cuenta que hay otras influenzas, además de la porcina? ¿Son acaso mentalistas los de Aventis, o son quienes están detrás de la conspiración y, como ya sabían, decidieron construir la planta? Ah, pero, ¿no que había que aniquilar a la población? ¿Entonces? La siguiente: México es un centro importante de turismo, pero en ninguna medida es el centro del turismo mundial; si ésta fuera la premisa -infectar turistas para crear una pandemia incontrolable-, ¿no hubiera sido mejor diseminar el virus en Nueva York, o en París, incluso en Cancún, y no en esta pobre ciudad insegura? Otra: ¿no se ha nombrado al antiviral? ¿No hay dos nombres circulando por ahí, impronunciables para quienes no estamos en la onda médica? ¿No ha dicho Roche que prepara algunos millones de dosis del mentado antiviral? La última: si no hay evidencia, es decir, muertos en la tele ni deudos también en la tele, en los periódicos o en la radio, ¿no será porque, por una vez, los medios se han mostrado decentes? ¿Acaso esta gente pretende ser omnisciente, y actúa bajo el típico "si no lo veo YO, no lo creo YO"? Muchos sabemos de muertos, de infectados, de hospitalizados, no necesariamente a través de los medios, sino de primera mano. ¿Será que esperan a que se les muera a ellos el primero para entonces sí creer? Resulta incluso plausible que, en caso de salir un muerto por influenza en la televisión, los mismos sujetos dirían "ah, no: ése es un muerto que se inventaron, no tiene influenza." Vaya, hasta ojos de laboratorio clínico poseen.

Lo que brinda credibilidad a lo mencionado es el hecho de que, inteligentemente, los animadores del miedo, la sospecha y la conspración apelan a la construcción de un universal afirmativo que, según la lógica proposicional, surge cuando, en medio de un montón de afirmaciones no comprobables, se integra una que sí lo es. En este caso, al lado de los infundios se inserta algo que sí ha pasado, y es la lenta reacción inicial tenida por las autoridades, motivada tal vez por la sola incompetencia, por el muy natural hábito de "nah, no pasa nada", o porque no querían crear una alarma sin tener a la mano los datos. Sea como sea, el que esto sí haya existido crea un halo de verdad alrededor del contenido restante del correo, y permite su circulación convencida.

¿De qué se trata todo esto? Obviamente, si el sesgo de los comentarios es político, entonces lo que se busca es golpear; ¿a quién? Al gobierno federal y, naturalmente, al presidente de la república quien, de vencer a la epidemia -como se espera que acontezca-, verá incrementada su popularidad a niveles no vistos en los pasados tres años. Como dato, vale decir que la popularidad de Felipe Calderón, según la última encuesta, alcanzaba ya el 76%, y eclipsaba a cualquier posible rival; consecuentemente, golpearlo por donde sea es la consigna. ¿Quién la emite? Ya se sabe, no es necesario repetir su nombre aquí, pero conviene decir que la mayoría de los infundios se generan o difunden en páginas que apoyan la "resistencia civil", que impulsan la figura del legítimo, o que atacan al monstruo de siete cabezas, el neoliberalismo. Mientras eso acontece, los canales institucionales del perredismo se suman a las políticas federales y hacen caso de las normas sanitarias emitidas, por lo que son también golpeados por ya se sabe quién, al ver que su influencia en el mencionado partido tiende a eclipsarse, la candidatura en el 2012 para su persona no es cosa segura, y prefiere que todo se vaya al diablo -ajá, como enunció a propósito de las instituciones- antes que retirarse a disfrutar de sus millones.

A todo esto, en medio de las noticias de buena fuente, de mala, las sospechas sin fundamento, la mala prensa y la mala fe, ¿qué sigue? ¿Culpar a los científicos que trabajan en el área 51 del hangar 18 de haber diseminado la epidemia al manipular mal los cadáveres de los extraterrestres que ahí se almacenan? ¿Decir que andan sueltos los alienígenas, y de sus procesos respiratorios expelen virus H1N1? ¿O apuntar el dedo acusador al neoliberalismo, que ahora se ceba en la gente y les manda epidemias, terremotos y, dentro de unos meses, huracanes e inundaciones? Francamente, sólo eso falta. Vaya irresponsabilidad.

26.4.09

Enfermos y enfermedades.

Desde el día de ayer, y hasta nuevo aviso, se han suspendido las clases en el Distrito Federal y el Estado de México para así evitar la magnificación de un brote de influenza que, por lo pronto, ha matado ya a veinte sujetos. Las autoridades de salud -ocupadas como siempre en ver cómo nos dan en la cabeza a los fumadores, en lugar de atender lo de verdad urgente-, tras anunciar un par de meses atrás que nada podía hacerse, y posteriormente restar importancia al brote, no tuvieron otra opción que desdecirse y admitir que, en efecto, algo anda en el ambiente, y ese algo mata a las personas con singular rapidez, ante lo cual no quedaba sino pedir a las personas que se abstuvieran de acudir a sitios concurridos, evitaran saludar de beso, e incluso de mano, compraran sus respectivos cubrebocas -para no contagiar ni contagiarse-, y se lavaran las manos con tanta frecuencia como les fuera posible. Todo esto, claro, amenizado por la suspensión de clases.

Como siempre, no podían faltar las reacciones frente a la noticia: las hubo piadosas, caracterizadas por la súbita movilización de las personas hacia los templos para implorar el auxilio divino frente a la contingencia vivida. Asimismo, las hubo sarcásticas, donde los sujetos prefirieron hacer chistes acerca de los mocos vengadores, o cosas por el estilo, y aun hubo algún zopenco que festejó la suspensión de clases, lo cual siempre hará que me pregunte: "si no quieres ir a clases, ¿por qué simplemente no dejas de ir, con o sin emergencia? Total, con esa actitud, poco será lo que se pierda si abandonas los estudios." Existieron, también, a quienes la alarma llevó a buscar información respecto a la enfermedad, tal vez intentando encontrar algún remedio eficaz para evitar el contagio, lo cual determinó que la página de la Secretaría de Salud -de por sí poco amable para con el usuario- se bloqueara durante largos periodos, o dejara fluir la información a cuentagotas.

Sin embargo, las reacciones que, en lo particular, me interesaron mayormente, fueron aquéllas donde los sujetos se dedicaron a armar la nueva teoría del complot en torno a la enfermedad. Así, no faltó quien dijera que el brote de influenza no existe, que todo es una movida sucia del gobierno en medio del proceso electoral con quién sabe qué aviesos fines. A éstos les contestaría diciendo que, si la emergencia es una maniobra del gobierno, entonces los muertos y enfermos cuya existencia sé de primera mano seguramente son inventados, sólo les han cambiado las identidades y ahora se broncean muy quitados de la pena en Cancún o en Los Cabos. 

Otros más -perredistas, para no variar- hablaron de que la emergencia era un medio para golpearlos políticamente desde el gobierno federal. Aquí sí escapan sus razones a mi escaso entendimiento; como me dijo un muy estimado cofrade hace unos momentos, tal vez piensan que las autoridades están planeando enviar un alud de periodistas moquientos a entrevistar al legítimo, para que éste se enferme y deje de decir estupideces a cada instante. En medio de la sinrazón, todo puede ser, y ésta parecería ser la única explicación a mano para comprender el sentido del discurso. 

Por último, en distintos foros de Internet -filoperredistas también, para no perder la costumbre- se han dejado en el aire sesudas preguntas y elucubraciones -es ironía- en cuanto al origen del mal, sus alcances, y las medidas a tomar por el gobierno federal: que si todo es un movimiento mediático; que si es para desviar la atención de la crisis; que si hay que recordar al Chupacabras; que si se desea ocultar que la Bolsa de Valores se quedó sin sistema en días pasados, y ello condujo a que los extranjeros -¿cuáles? pues ésos, los extranjeros abstractos- se quedaran con el dinero de los mexicanos; que si la CIA, Obama, Hillary, el Banco Mundial y el FMI están detrás de los anuncios; finalmente, que si todo era raro, muy raro, y nada se entendía, salvo que detrás estaba el gobierno.

De lo visto aquí, lo único claro es que nada sabemos a ciencia cierta sino que hay un brote de influenza -y no importa si es una cepa H1N1, H2O, H2SO4, o cualquier otra nomenclatura que se le guste asignar-, que ha matado a veinte -al menos-, y que le puede dar a cualquiera, preferentemente a quienes nos ubicamos entre los 20 y los 40 años de edad. Es así de simple. Elaborar complicadas teorías respecto a la enfermedad no nos conduce, hasta donde puedo ver, a nada, dado que carecemos de datos y lo único posible sería que todos desvariáramos lindamente inventando explicaciones. Sólo nos queda aguardar, seguir las recomendaciones de seguridad emitidas por las autoridades competentes -o incompetentes, pero autoridades al fin y al cabo-, y confiar en que todo se normalizará la próxima semana. En caso contrario, seguiremos esperando, que de eso no quepa la menor duda.

9.4.09

La protesta social.

La capacidad de raciocinio poseída por el ser humano lo entitula para estar de acuerdo con aquello que le rodea y, al mismo tiempo, para protestar contra lo que le parece inadecuado, cualesquiera que sean sus razones. De esta manera, en nuestro diario transitar podemos encontrarnos con gente que protesta porque los precios subieron, porque su equipo de futbol perdió, porque la relación con su pareja es un asco, o incluso porque no se halla en este mundo. De todo hay.

Si es posible protestar por todo, también se puede protestar de múltiples formas: hay quienes, sencillamente, despotrican contra el gobierno en la comodidad de una cantina; otros prefieren sumarse a una lista electrónica de discusión; hay quienes, no podía faltar, salen a las calles a bloquear el tránsito, en protesta porque la colegiatura de su nene se ha encarecido, los microbuses ya no pasan por su colonia, o el agua se ha acabado. También en este caso, de todo hay.

Más allá de lo anterior, lo que parece cierto es que, en un rango por demás amplio, la protesta de cada sujeto está circunscrita a un marco de posibles modos de operar, fuera de los cuales se torna inoperante o ridícula. Así, quien se manifestara en las calles porque el equipo de sus amores fue goleado haría el oso más terrible de su vida, y lo mismo pasaría con quien se quejara en la cantina porque el cura de su parroquia es un pederasta empedernido. Por tanto, aunque atenten contra las libertades de los demás y constituyan una transgresión a los modos de vida aceptados comunitariamente, los bloqueos, las marchas y los plantones, por un lado, y las pláticas de cantina, de almohada, o de sobremesa, por el otro, están en el marco de lo aceptable, de lo socialmente validado, de lo posiblemente efectuable dadas las condiciones del entorno.

Sin embargo, nunca falta el ridículo que ignora lo anterior y hace, simplemente, lo que no debiera, con el objetivo de brindar un mayor dramatismo a sus peticiones, exigencias, o protestas pero que, al salirse del canal adecuado, queda peor que villano cursi de telenovela. Para no ir más lejos, resulta que el presidentazo de Bolivia, el hombre del suéter eterno -que, según él, le acerca al pueblo porque no es un saco ni una corbata-, el paladín Evo Morales, ha decidido ponerse en huelga de hambre hasta que el Congreso no le apruebe la nueva ley electoral que, al estilo de su compadre y patrocinador Hugo Chávez, le permitiría reelegirse una vez más, con opción a realizar los topillos correspondientes para eternizarse en el puesto si así le da la gana.

A los mexicanos, tal tipo de protesta no nos es nuevo: basta recordar cómo, en marzo de 1995, otro ejemplar presidente latinoamericano, Carlos Salinas de Gortari, se puso en huelga de hambre para protestar porque se le culpaba de ser el causante real del error de diciembre, y también porque su hermano estaba en el bote. El resultado, como era de esperarse, fue nefasto: la gente no cesó de burlarse de los métodos absurdos de Salinas, dignos de cualquier episodio de Mercado de Lágrimas, y lo ridiculizó a tal grado que el peloncito debió suspender su huelga a escasas horas de haberla comenzado.

¿Qué pasará con Morales ahora? ¿Cree, honestamente, que le funcionará el magno chantaje que realiza? ¿Acaso su berrinche, digno de peor mocoso que se niega a respirar hasta que el papá no le satisfaga un caprichito, tendrá efecto entre los legisladores bolivianos, que no son precisamente los más hábiles del planeta? Lo peor del caso -ajá, hay algo peor- es que a este tipo se le ha olvidado que ya no es un líder social, sino el presidente constitucional de un país y, por tanto, la huelga de hambre no entra en sus esquemas de protesta posibles: dejar de comer no es factible, en una república federal, como medio para obtener lo que se desea. ¿Qué se propone el torpe Evo? ¿Incitar a que la población salga a las calles para apresurar al Congreso, no sea que, en una de ésas, el presidente muera de inanición, o quede peor de tonto de lo que está a causa de la muerte masiva de las neuronas que le quedan? Todo es posible. Sin embargo, el problema parece estar en que, durante los años en que ha fungido como presidente de Bolivia, Evo no ha dejado de pensarse como el líder de un grupito de personas, no ha asumido un rol de estadista, y se ha limitado a trasladar los mecanismos que le permitieron erigirse como dirigente de los cocaleros a la arena política nacional. Por tanto, su huelga es lógica, comprensible, y hasta loable... claro, desde ese punto de vista porque, desde cualquier otro, queda hecho una facha irremediable.

Qué pena. Se sabía que el tipo no era de lo más hábil, pero llegar a esto confirma cualquier sospecha en torno al grado de ridiculez y folclore a que pueden llegar los líderes populistas en aras de imponer su sacrosanta voluntad.

2.4.09

Los jóvenes de hoy en día.

Los jóvenes de hoy en día
no tienen ideología,
sólo piensan en las drogas,
en el sexo y en orgías.

Les Luthiers.


Siempre sucede que, cuando se esboza un tema que hablará de los jóvenes, así, genéricamente, no falta quien lo califique a uno de ruco, o es uno mismo el que puede darse cuenta de que tal vez ya no encaje en tal categoría. Afortunadamente, no es el caso de este texto, que no se refiere a los jóvenes, sino a unos jóvenes; en concreto, los que hoy asistieron al evento realizado por el tal Marcelo, acompañado de los miembros de su gabinete que, de un modo u otro, tienen relación con la temática abordada.

El día de hoy, en un acto netamente proselitista, el tal Marcelo se reunió con jóvenes porque, a su entender, "es la mejor manera de evitar gobiernos conservadores." No sé qué quiso decir pero, a todas luces, la maniobra tiene como fin dar a un sector de la población, erigido arbitrariamente como la juventud, la idea de que ellos intervienen en la toma de decisiones en esta ciudad caótica, mal dirigida, peor administrada y vista sólo como trampolín, como medio, jamás como fin. "Las buenas ideas para gobernar proceden de los jóvenes, y con ellos está este gobierno"; si así fuera, en ambos extremos de la afirmación, otro gallo nos cantaría a quienes padecemos a estas autoridades ineptas. No obstante ser evidentes las necedades que profiere Marcelo en esta ocasión, y con el afán de no ser acusado de ligero, he decidido analizar lo dicho por el sujeto en cuestión para llegar al meollo del asunto. 

Por principio de cuentas, durante los doce infaustos años que han gobernado a la capital, los perredés han intentado presentarse como autoridades "cercanas al pueblo", como gente que oye las necesidades populares, las atiende, y les brinda las soluciones que la misma población exige. En consecuencia, las acciones de la autoridad deben ser leídas, a un mismo tiempo, como responsabilidad compartida de gobernantes y gobernados -al ser creadas por ambos-, y como medidas idóneas respecto a cualquier fin, dada su clara procedencia social. ¿Es eso cierto? La respuesta contundente es "no", y a las pruebas habré de remitirme pero, para no ampliar demasiado los razonamientos, los limitaré al tema concreto de este escrito, esto es, los jóvenes. 

El GDF, en doce años, ha creado un sistema educativo patito, con una tasa de egreso en bachillerato menor al 20%, mientras que en licenciatura es cercano al 10%. Los alumnos que de ahí salen poseen amplios conocimientos en movilización de masas, llenado de mítines, apoyo a causas perdidas, confección de consignas, y mil cosas más, pero en sus asignaturas son unos asnos solemnes. Más importante aún resulta el hecho de que el índice de ingresos al sistema era considerablemente menor a lo que se esperaba debido a que la población receptora del servicio no tenía interés alguno en utilizarlo, a pesar de ser una entidad gratuita, no realizar exámenes de admisión, y garantizar el pase automático de preparatoria a universidad. Todo cambió cuando, en 2007, Marcelo otorgó una beca universal a los estudiantes del sistema (des)educativo del Distrito Federal. Como por arte de magia, las preparatorias se llenaron y, si no hubo sobrecupo, fue porque los encargados decidieron, no realizar un examen de admisión, que hubiera sido lo más sensato, sino sortear a los aspirantes para ver así, casi mediante el muy democrático sistema de los volados, quién entraba y quién no. Sin embargo, de buena fuente sé que los alumnos se mantienen en las preparatorias sólo uno, dos, o a lo sumo tres semestres, y luego se marchan, convencidos de que su vida no está en esos campos. Los que se quedan deben lidiar con un sistema que no otorga calificaciones, no mide el desempeño de los alumnos sino mediante una escala de cumplimiento de objetivos que nadie entiende y, por último, deben preparar un simulacro de trabajo final que, a su vez, es calificado en un remedo de examen profesional, el cual le vale al alumno por todas -sí, todas- las calificaciones obtenidas en su bachillerato. Resultado: el sistema de educación media superior creado por el Peje es un fracaso, y ni qué hablar de la universidad, donde se grilla más de lo que se enseña, y los profesores acceden a sus plazas más por sus convicciones partidistas que por el currículo que ostenten.

¿Qué es lo que sustenta la existencia del bodrio mencionado? Según el gobierno, la necesidad del mismo, generada a su vez por la insuficiente oferta educativa gratuita para la gente de escasos recursos. Aunque tal afirmación es posible, el problema a que se enfrenta reside en que nadie ha querido darse cuenta -o se dan, pero no les importa- de que la mayoría de los asistentes se presentan, no porque quieran estudiar, sino porque recibirán una beca a cambio de prácticamente nada. La monetización de las relaciones políticas, común en esta ciudad, deviene en la formación de vicios como el citado, donde el joven preparatoriano acude no a recibir una instrucción con la que, según se le trata de vender, mejorará su vida futura, sino a recibir una cantidad que mejorará su vida presente, y las dificultades surgen cuando la carga de responsabilidades se incrementa, el sujeto entiende que el dinero a recibir tiene una compensación de su parte -asistir a aburrirse a una escuela-, y se percata de que eso no es lo suyo. Corolario: abandona los estudios, mientras los impuestos de la población se emplean para pagar sueldos que ya quisiéramos los académicos universitarios a profesores que atienden a quince personas cuatro horas a la semana.

Los jóvenes necesitan educación, el gobierno de la ciudad se las da; mal y con un fin mezquino, porque resulta obvio que la beca compra los votos de la familia que es beneficiada, pero en el discurso se cumple con brindar educación gratuita. ¿Qué más necesitan los jóvenes? Diversiones; por ello, desde los tiempos infames del Peje, el gobierno se ha convertido en uno de los más grandes promotores de espectáculos en la urbe, dado que contrata a los artistas del momento por cantidades celosamente guardadas, y los presenta de forma gratuita en el Zócalo, sitio al que acuden decenas de miles para la nueva versión del pan y circo. A ello se suman las pistas de hielo que Marcelo instala cada invierno -sin importar que la temperatura sea mayor a 20°C, y que en este país no exista la tradición de patinar en hielo por la simple razón de que no tenemos lagos abundantes en zonas cercanas a las ciudades y, además, éstos no se hielan por nuestro clima tropical- y las playas artificiales que aparecen en el verano. La gente lo pide, Marcelo se los da.

¿Es esto en sí negativo? No mientras fueran acciones de gobierno; sí cuando son negocio y operaciones cazavotos, que no sólo distraen ingentes recursos del presupuesto, sino que se oponen al sentir de grupos de ciudadanos que creen -como un servidor- que cualquier playa o pista sobra mientras exista un bache en las calles, un semáforo sin operar, una cuadra con ambulantes o franeleros, o una fuga de agua sin atender. Empero, el gobierno cercano a la gente, y a los jóvenes en particular, hace caso omiso de las necesidades apremiantes de la capital, y satisface aquéllas que no le competen.

Por si lo anterior fuera poco, las mafias perredés se han posesionado del Instituto de la Juventud del Distrito Federal, organismo creado para atender las necesidades de los jóvenes, brindarles orientación y oportunidades de desarrollo. Para la gente a cargo, todo lo anterior se traduce en dar apoyos económicos a quienes participen en los programas más absurdos de la administración, de los que el mejor ejemplo son las brigadas que reparten volantes en los que se leen loas a la magífica acción del gobierno. Como todo tiene un pago, estos jóvenes deben acudir a los eventos organizados por Marcelo, fungir como sus portavoces vecinales, y hacer proselitismo cada que se les pida.

Aquí es donde retorno al tema con el que abrí este espacio: "las buenas ideas para gobernar proceden de los jóvenes"; un momento: ¿de qué jóvenes? ¿De aquéllos que reciben dinero del Instituto de la Juventud? Pero, ¿cuáles ideas proceden de ellos, si son máquinas de repetir las consignas que el PRD les inculca? ¿O acaso alguien ha oído que, en uno de estos eventos, alguien critique a Marcelo, hable mal del Peje, o se queje de la situación en que está la ciudad? Si se atiene uno a los hechos, no hay truco: los jóvenes con quienes Marcelo se encuentra dicen "mi idea es que se instalen más playas", o "necesitamos más diversiones", o incluso "queremos más becas." Sin embargo, el engaño surge al ver que tales ideas no proceden de los jóvenes, sino que son por completo aquéllas que las autoridades tienen como correctas y oportunas para lograr su objetivo final: ganar adeptos, ser populares, y escalar puestos públicos. Aquí no hay una dicotomía tipo "¿qué fue primero, la gallina o el huevo?", sino una cuestión tan transparente de responderse como "¿qué fue primero, el pollo vivo o el pollo frito?", donde el vivo son los planes de gobierno, y el frito las ideas que expresan los jóvenes.

Mal y de malas están estos jóvenes que sólo apropian una idea, por los motivos que sea, la repiten a quien se las dijo, y permiten que éste les diga "escucho y doy cumplimiento a sus ideas." Es tal y como acontece en los mítines del Peje, o de Chávez, donde el locutor expresa una serie de puntos que, dada la naturaleza de su auditorio, sabe incontestables y de fácil adopción. Sin embargo, como lo mueve un afán "democrático", termina por preguntarle a la gente si quiere que se haga lo que, en su momento, enunció como lo único que puede y debe hacerse. No tiene pierde.