El premio Nobel de la paz, instituido por el inventor de la dinamita para, de alguna manera, paliar los terribles efectos que su creación ha tenido en la historia de la humanidad, ha tendido a convertirse en un instrumento político, una compensación por esfuerzos no realizados, una llamada de atención sobre lo que deberá hacerse o, en todo caso, un instrumento para premiar a los omnipresentes amigos de los amigos, como diría Mario Puzo.
El último galardonado con el premio de referencia, como bien se sabe, es Barack Obama quien, al paso que va, le quitará a John F. Kennedy el título del presidente más sobrevalorado de la historia estadounidense. Obama ha sido premiado por "sus esfuerzos en pro de la paz mundial", "sus continuas llamadas a favor del desarme nuclear", y por "lograr una distensión en las relaciones exteriores de los Estados Unidos con el resto del mundo, en especial con las naciones musulmanas". Como discurso, todo el verbo referido es innegable que suena bien e, incluso, constituiría un argumento irrefutable para premiar al sujeto en cuestión; ahora bien, ¿es todo ello cierto? Como de costumbre, me he dado a la tarea de reflexionar sobre el particular, y arribé a las siguientes interesantes conclusiones.
En el escaso tiempo que Obama ha ocupado la Oficina Oval, ¿qué ha hecho? No mucho: simplemente, poner sus mejores esfuerzos para arreglar el cúmulo de tonterías que le heredó su antecesor en el cargo, y que redundaron en hacer del mundo un sitio menos seguro para la vida de sus pobladores, por no hablar de lo que acontece en el propio suelo estadounidense. La obra de Bush se resumiría en intervenciones por aquí, surgimiento de grupos extremistas por allá, amenazas por acullá, todo ello alimentado por cantidades exorbitantes de billetes verdes. Obama, en principio, ha tratado de mejorar la imagen exterior de los Estados Unidos, tarea en la que ha tenido sus altas y sus bajas, al tiempo que trata de tapar el inmenso boquete en las finanzas internas del país, en lo que también ha tenido sus éxitos y sus descalabros.
Este último punto es el que, en fechas recientes, ha llamado mi atención. Como se recordará, hace escasas semanas se dieron a conocer los datos que permiten ver la forma en que el déficit estadounidense se ha disparado en distintos rubros, lo cual no es para menos si se considera que la ayuda entregada por Obama a las grandes compañías y a distintos grupos de contribuyentes asciende a ochocientos mil millones de dólares -o, lo que es lo mismo, un ocho seguido por once ceros-. Ante ello, lo más natural es que el próximo año se realice un magno recorte de los gastos gubernamentales en sectores como educación, salud, apoyos fiscales de variado tenor y dineros del ejército.
¿Del ejército? Correcto: hoy en día, el presupuesto militar de los Estados Unidos se ubica en niveles similares a los observados durante la Guerra Fría, e incluso son aún mayores dado que la inflación también juega aquí su parte. Por tanto, resulta del todo natural que, ante un escenario de crisis, o al menos de reajuste económico, el presupuesto de la milicia deba ser reducido considerablemente.
Justo en este momento entran en acción los infaltables cabilderos de las compañías que han recibido contratos del ejército gringo, cuyo valor es desconocido a ciencia cierta -debido a la existencia de numerosos programas negros, que no son sino partidas preuspuestales infladas, detrás de las cuales se ocultan recursos destinados al desarrollo de nuevas tecnologías militares- pero que no es poca cosa. ¿Un recorte presupuestal, señor Obama? ¡Cómo va usted a creer! ¿Dónde quedará la seguridad mundial, la paz de los ciudadanos estadounidenses, la defensa de la libertad...? El bla, bla, bla que todos conocemos bien, y que apunta a evitar que se le quite un centavo al presupuesto de defensa -es un eufemismo, claro está- del país más poderoso del planeta.
Sin embargo, los números son los números, y si las cifras no cuadran, lo más natural es que se quite donde se deba quitar y se reasignen recursos donde hagan más falta. Obama, que no por ser negro deja de ser gringo y, además, resulta ser el presidente gringo, tiene que mediar en la lucha de intereses: debe balancear el presupuesto y, al mismo tiempo, evitar a toda costa que se note siquiera un atisbo de debilidad en las políticas del policía del mundo; a la par, debe convencer a los ciudadanos de que no serán enviados los excedentes poblacionales a pelear luchas ajenas en lugares que nadie conoce, y que el mundo será pacífico, bonito, agradable... pero, eso sí, libre, lo que constituye un contrasentido discursivo de proporciones mayúsculas.
En medio de tales problemas, los chamucos contemporáneos vestidos con batín y turbante, y agrupados en ese ente desconocido denominado Al Qaeda, deciden atacar en pleno Afganistán una oficina del Programa de las Naciones Unidas para la Alimentación de los Pueblos, y hacer enorme alharaca con el hecho. Como medida política, valga la expresión, su acto terrorista es una babosada: equivaldría al hecho de que una guerrilla urbana mexicana -de ésas que abundan, pero cuyos actos la autoridad disfraza de desperfectos técnicos y sandeces similares- atacara una tiendita de la Conasupo y pidiera eliminar al Estado mexicano para acceder a la autogestión de los pueblos. Sin embargo, el acto terrorista juega en el discurso un papel de suma importancia, dado que permite a Obama repensar la disminución del presupuesto de defensa -sigue siendo eufemismo-, mientras la gente de la CIA, del ejército gringo y de la industria militar se frota las manos complacida.
Al día siguiente del ataque, precisamente dos días antes de que el Comité Nobel premiara a Obama, éste declaró que no tiene intención alguna de abandonar Afganistán, e incluso no sabe si enviará más tropas a la región. ¡Oh! ¡Cuánto pacifismo! Si se piensa que los atentados del 11 de septiembre fueron un engaño genial urdido por G. W. Bush, que todo el montaje le permitió incrementar su popularidad y, al mismo tiempo, reposicionar a los Estados Unidos en el mundo tras la Guerra Fría, comienzan a surgir las dudas sobre el ataque de Al Qaeda en tierras afganas. Si, a la vez, se asume que este grupo no es sino un conjunto de mercenarios al servicio de los gringos que ataca donde el patrón manda para mover a la opinión pública en uno u otro sentido -piénsese en los atentados de Londres y Madrid, por ejemplo, y que en este último sitio todo salió de la peor forma posible-, los cuestionamientos sobre las políticas pacifistas de Obama quedan mejor parados. Por último, si se considera que el gringo presidente no ha hecho sino proseguir con las políticas agresivas contra Corea del Norte, Irán, y demás países, se tiene entonces que el premio es un camelo.
Lo dicho: se entrega el premio a quien parece mejor entregarlo. Obama no ha hecho, al momento, nada en pro de la paz mundial. Una acción decisiva sería emprender el desarme nuclear de forma unilateral, retirar las tropas gringas de aquellos sitios en que mantienen una ocupación ilegal, y lanzar un llamado a la fraternidad planetaria. Empero, como ello no es posible, simplemente porque tal no sería una política congruente con el desarrollo de los acontecimientos, el hombre oscuro se ha limitado a decir X por aquí, Z por allá, y a actuar como suelen hacerlo los presidentes gringos, manteniendo a los pueblos débiles del mundo a raya mediante la conocida tónica porfirista del "pan o palo", dependiendo del contexto.
¿Eso merece un premio Nobel de la paz? ¿Y quién lo ganará el próximo año? ¿Lucía Morett?
5 comentarios:
Terrible, sin duda. Y los premios (de la índole que sea) pierden todo rastro de credibilidad. Triste sin duda. Tal como la entrada anterior, que también leí, pero olvidé comentar porque me dejó pensando un rato...
Mi pesmimismo me está venciendo...
Saluditos
Ese premio se ha corrompido mucho en los últimos años. Un presidente que gobierna un país cuyos militares aún torturan y asesinan con su autorización... ¿merece el premio Nobel de la paz? Siempre se ha dicho que este galardón es el Nobel "de chocolate" porque no involucra el mismo trabajo que el de Química o Economía, y por lo tanto, cualquiera lo podría ganar. Yo creo que por eso Rigoberta Menchú lo donó al Museo del templo Mayor en lugar de pegarlo en la pared de su casa. Porque de plano hasta da pena. Y yo pensaba que dárselo a Jimmy Carter era absurdo...
Discusión entre los miembros de la comisión del Nobel:
Comisionado 1: "Pos es que hay que darle un premio al Obama, man'to. ¿Qué no ves que es el primer negro presidente de los gringos? Eso ya es un meritototote, ¿no?"
Comisionado 2: "Pos tienes razón, man'to, pero ¿de qué se lo damos? ¿Le damos el de Física? Por aquello de que 'dos cuerpos no pueden ocupar un mismo lugar en el espacio', y ya ves, está sacando tropas de Irak para mandarlas a Afganistán, con lo que demostró que esa regla es una cuchufleta."
Comisionado 1: "¡No manches, joy, si el Obama es abogado!"
Comisionado 2: "Entonces, ¿cuál le damos? ¿Le damos el de economía? Ya ves que, según él dice, el año que entra todo va a ser flores y colores en el gabacho."
Comisionado 1: "¡Pero cómo se te ocurre, baboso, si todavía los gringos están en crisis!"
Comisionado 2(que, como vemos, es medio lelo): "¿Qué te parece si le damos el de literatura? ¿No ves que hay un montón de libros sobre él desde que ganó la presidencia?"
Comisionado 1: "¡Si serás idiota! Ese premio se da a los autores, no a los sujetos. O qué, ¿les fuimos a dar el Nobel a todos los negros gringos cuando ganó la Morrison el premio? Aparte, eso lo haría ineligible, porque significaría que ya se habría ganado un premio, tarolas."
Comisionados 1 y 2: "¡Ya está! ¡Vamos a darle el de la paz, a fin de cuentas no hay que hacer nada particular pa' ganárselo!"
Los comisionados se palmean las espaldas mutuamente ante su genialidad para resolver el problema y, con la cuestión resuelta, se largan a echarse unos tragos. Fin de la escena.
La pregunta con que cierras tu entrada huele a premonición; nomás oiga asté:
"La fundación Right Livelihood Award, maneras de vivir, fundación que otorga los reconocimientos a gente entregada para el cambio social, así como Leonardo Boff, Martín Almada y Vandana Shiva, premios Nobel Alternativo de la Paz, han recibido la propuestas por escrito de la candidatura al premio alternativo de la paz de Lucia Morett, como la activista mexicana más trabajadora en pro de la paz y restauración social."
De la nominación me enteré, hace cosa de un mes, por medio de uno de esos papelitos con los que la juventud revolucionaria de nuestra facultad adorna cotidianamente sus paredes; y el fragmento citado lo tomé del blog www.luciamorettporlapaz.es.tl (neta). Información totalmente "legítima", por supuesto.
Cosas veredes...
Por cierto, ¿escribir con las patas será, hoy en día, un requisito para militar en la izquierda? Si es así, seguramente veremos pronto abrirse en la facultad el curso de "redacción alternativa para luchadores sociales".
Pero qué barbaridad. Debo confesar que, cuando escribí la pregunta con la que cierra el texto, ni siquiera tenía en mente que existen unos alucinados que entregan un "premio alternativo" que, como se observa, es una vacilada de acá hasta allá. Y luego, por encima de la estupidez que implica entregar un premio X alternativo -pudiendo entregarse otro con un nombre distinto-, está el hecho de dárselo a una terrorista mustia y cobarde. Lo que hay que ver.
Ya mejor no aventuro las demás preguntas que, en el mismo tenor, me vienen a la mente, porque son capaces de entregar el alternativo de química al inventor de la bomba Molotov, el de economía a los vendedores ambulantes del Centro Histórico, el de literatura al subcomediante, el de física a Marcela la brava -por las adecuaciones espacio - temporales que implican las rutas del metrobús-, y el de medicina a cualquier borracho que se conserva en inmejorables condiciones gracias a los etílicos que introduce en su organismo.
La flauta.
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