¿Qué son los encuentros académicos? De forma ideal, estos espacios están pensados para que los estudiosos de un tema general, dividido a su vez en temas de mayor concreción, se reúnan, intercambien opiniones, lean trabajos y, en conjunto, enriquezcan sus posiciones al respecto, al tiempo que difunden su saber a un público de distinta amplitud. Tal es, como se mencionó, el ideal de los congresos, simposios, encuentros, coloquios y mesas de discusión. Sin embargo, la realidad dista mucho de parecerse a tal idea porque, para abrir boca, el 90% de los trabajos presentados, cuando menos, no son producto de una investigación nueva, sino que refieren a aquello que el estudioso ha realizado a lo largo de los últimos, quizá, diez años, y que, con distintos matices, ha presentado en un centenar de encuentros. Por tanto, cuando el eminente doctor Fulano de Tal toma la palabra, su auditorio sabe ya al dedillo de qué va a hablar, qué chistes va a intentar colocarle a la gente, y cómo excusará no traer nada nuevo bajo el brazo. Así, aunque existimos los que tratamos de llevar cosas nuevas cada que vamos a un coloquio, como es el caso de quien estas líneas escribe, resulta por demás exasperante ver que, en cada mesa, los temas se repiten, y se repiten, y se repiten; incluso los comentarios de los ponentes con respecto al trabajo de sus pares son los mismos de siempre, y las preguntas del auditorio, sobre todo del que es incondicional de Fulano, son también las de siempre, y por lo general se concretan a externar loas al escrito, al modo en que éste es revolucionario en cierta medida, y a la forma en que ha cambiado la vida del preguntón al abrirle los ojos a la verdad, como si fuera un infomercial de porquerías para reducir de peso, la nueva versión de El Secreto, o un programa de "Pare de sufrir", ni más, ni menos.
Viene luego, como mencioné, el intercambio de opiniones, piedra de toque de los encuentros académicos. Sin duda, ésta es la mayor añagaza de tales eventos porque, hasta donde la experiencia me permite ver -en mi corta carrera tengo ya alrededor de cincuenta participaciones en magnos sucesos como los que ahora narro-, cada ponente entra con una serie de ideas fijas en la cabeza... y sale con ellas intactas. Escasas son las ocasiones en las que alguien pregunta a otro, no con el fin de fastidiarlo, de hacerlo quedar en ridículo, o de probar que es mucho mejor que el otro, sino para saber de qué va la cosa y aprender. Muy escasas, irrisoriamente escasas, y tampoco sirven para intercambiar ideas, sino para reafirmar las del cuestionado. La mayor parte de las veces, el que pregunta lo hace con mala, malísima leche, con ánimo de descalificar al que ha presentado un trabajo bueno, regular, o malo. Tan es así que quienes nos dedicamos a establecer preguntas críticas, o a formular objeciones académicas al trabajo escuchado -en mi caso, el espíritu didáctico no me abandona, y siento la necesidad de decir al otro "revisa, replantea, repiensa", para que mejore lo hecho-, somos atacados por quien, a su vez, producto de la costumbre, se siente atacado. El resultado es que, en un encuentro académico, nadie termina por oír a nadie, todo mundo es el experto en su tema, y el público pocas veces alcanza a encontrarle sentido a las ponencias.
A este respecto, otro punto a reseñar sería el carácter "divulgatorio" que poseen los encuentros académicos. Sabido es que aquello que nosotros, en el medio académico, producimos, debe llegar a la gente de algún modo a fin de, por lo menos, enriquecer sus conocimientos, o para dar a la luz trabajos serios de divulgación, que hagan contrapeso a farsantes y plagiaros como Crespo, Villalpando, Rosas, Rius, Catón o El Fisgón. ¿Qué mejor oportunidad para hacerlo que un congreso, donde por igual acuden profesionales y legos, siempre y cuando la asistencia no sea cobrada, o las tarifas impuestas no sean prohibitivas? Pues no: los académicos con pretensiones de "intelectuales inalcanzables", por el simple hecho de tener un papel que los acredita como miembros de una institución X -tan seria como la UNAM, o tan ridícula como la UACM-, creen que deben expresarse siempre, o en idioma "academiqués", lo cual impide que el público amplio los comprenda, o a partir de N muy vagas referencias a trabajos especializados, de ésos que sólo conoce un segmento especializado del mundillo profesional. Así, la virtud comunicativa de tales eventos se ve eclipsada, y todo termina por ser una pasarela, como he mencionado, para demostrar qué tan fregón es el sujeto que habla, a partir de mi sabia máxima que enuncia: a mayor número de personas que no entienden lo dicho, y a mayor enrevesamiento del lenguaje, mayor calidad reviste al trabajo y al sujeto que lo ha elaborado.
Un encuentro académico, a estas alturas, resulta para mí completamente predecible, a tal grado que me he permitido esbozar una especie de recetario para guiar a quienes, en el futuro, decidan llevar a cabo tan magnos acontecimientos. Suplico al lector tomar nota de lo siguiente:
1. La institución A, B o C -en este caso, un gobierno local patético y una entidad académica ingenua- se postula como sede del evento X de la organización Z, hace gala de los lugares en que podría acomodar al suceso, y promete dar tal, tal y tal cosa a los asistentes.
2. La organización Z acepta la propuesta, emite la convocatoria para el magno evento, establece los temas del encuentro, fija las cuotas -que en ocasiones incluyen hospedaje, alimentos, programa, memorias y recuerdos, en otras sólo programa y memorias, y en otras nada-, y se dispone a cobrar, mientras los organizadores comienzan a parir chayotes con la logística.
3. Los presuntos participantes piensan unos días sus temas, se olvidan del evento, y un día antes del cierre de la convocatoria -que a estas alturas ya fue ampliada porque no habían ponencias propuestas- deciden enviar un refrito, sin importar que todo mundo se conozca y sepa exactamente de qué van a hablar.
4. El comité hace un simulacro de selección, notifica a los aceptados -que bien podrían ser todos los que quisieron entrar, vistas las porquerías que siempre aparecen-, y pare más chayotes para acomodar las ponencias, de modo que las mesas resultantes posean alguna congruencia. Lógicamente, ha aceptado a tantos -porque el dinero es el dinero- que sus integrantes terminan sufriendo una meningitis y, al final, acomodan los trabajos por orden alfabético inverso sin vocales y con consonantes terciadas; es decir, como caigan.
5. Un día antes de iniciar el evento, resulta que el impresor de los programas no los ha entregado; el de los gafetes perdió cinco páginas de la lista que recibió y tiene el material incompleto; el comité se embolsó la mitad del dinero para gastos y entrega un fólder mal impreso, un chicle y dos pastillas a cada ponente, en lugar del portafolio de piel de ternera prometido; nadie sabe cómo hacer las facturas para los participantes; los reconocimientos o constancias de participación son impresos en la sala misma de recepción, siempre con faltas de ortografía o con sutiles modificaciones a los nombres, de modo que el doctor Reynaldo Toro Palezús termina siendo Renato Lobo Pedrero; la logística falla, y todos los ponentes foráneos que confiaron en el comité son hospedados en un hotel de mala muerte; se destinó un comedor para cincuenta personas, y acudirán quinientas al evento -200 ponentes y 300 colados-; el organizador de los banquetes presenta un presupuesto altísimo -a última hora- y, como ya no hay dinero, se decide comprar una camioneta de sandwiches Lonchibón. Esto no importa a los asistentes que, como parte del "turismo académico", han decidido comer aparte, beber lo suyo, y no presentarse nunca a las mesas que tienen lugar después de los alimentos, salvo que sea el momento en que les corresponde exponer.
6. Con base en lo anotado en el punto 5, los participantes arman jaleo cada cinco minutos al descubrir las planchas de los organizadores, ver que no están sus santos nombres en las listas, o recibir reconocimientos a nombre de personajes perfectamente desconocidos. Sin embargo, cuando inicia el evento, todo mundo acude a las mesas que puede y el ajetreo es tal que nadie repara en la estafa de que ha sido objeto. Eso sí, en este último renglón es donde cae por completo el mito de los "encuentros", dado que nadie encuentra su mesa, no encuentra a sus amigos, tampoco encuentra sus papeles, reconocimientos, programas y chucherías, y el público termina por no encontrar sentido a las ponencias, mientras que el comité organizador no encuentra dónde meter la cabeza.
7. Para concluir el evento, todos -participantes, comité y colados- se ponen hasta atrás con el vino de horror que el comité ofrece -y que, invariablemente, es vino de tetrapack, o un caldo chileno agrio y espantoso de $50 la botella-, platican de sus ponencias y, como son las mismas de siempre, terminan hablando de lo mismo, o de temas tan académicos como "estaba bien buena la ponente de Kazakhstán que presentó no recuerdo qué."
8. La organización Z revisa su cuenta bancaria, ve el saldo agradablemente crecido, y emite la convocatoria para designar la nueva sede del evento. En tanto, los ponentes regresan a sus casas pensando "¡qué buenas guarapetas agarramos ahora en este encuentro!", "Fulano hizo el imbécil, como acostumbra", o "la próxima vez presentaré un poquito más de este tema." Al llegar a su lugar de origen, cada quien se desconecta de lo sucedido -salvo en las ocasiones en que merece presumirlo-, aguarda la convocatoria y, cuando ésta aparece, repite el procedimiento descrito.