22.7.09

Los resultados.

Ahora que el polvo comienza a asentarse, parece pertinente esbozar una pequeña reflexión en torno al proceso electoral del 5 de julio que, por principio de cuentas, presentó los niveles de abstencionismo habituales para los procesos intermedios y determinó que cada voto nos saliera carísimo a los contribuyentes. Para colmo, las calles quedaron llenas de caras desconocidas -unas peores que otras-, pertenecientes a ciudadanos decididos a ganarse el voto y los dineros que el mismo conlleva. Señores míos, si ya pasó todo el argüende, ¿por qué diablos no quitan su propaganda, que es contaminación visual de la peor especie?

¿Por dónde empezar? Lo indicado parecen ser los números que resultaron del proceso: el PRI, ese PRI que se vendió como "nuevo y mejorado" -cual si fuera comida para gatos o lubricante para motores-, amparado en la poca memoria de la gente, ganó la mayoría del Congreso. Valiente futuro nos espera porque, además, de seis gubernaturas en disputa, ganó cinco. Lógicamente, las fuerzas vivas del Tricolor se lanzaron a festejar sin medida su victoria, y a enunciar que "el pueblo ha reconocido su trabajo, y ha rechazado el del gobierno federal." Sería algo para reflexionarse si no existiera, detrás del resultado, lo peor de la política priísta: la compra de votos y la cooptación de votantes. Por todas partes aparecen testimonios de la forma descarada en que el PRI entregó diversas cantidades de efectivo -las que conozco varían entre los $150.00 y los $2,000.00- a cambio de un voto, acompañadas de vales de despensa, despensas, tarjetas de tiendas departamentales, y la colaboración de las televisoras que, sin pudor, transmiten gacetillas de connotados tricolores como Peña Nieto. Ése es el punto flaco de la victoria priísta pero, al mismo tiempo, el más preocupante: con recursos obtenidos misteriosamente -sospéchase que del erario público-, los votos se magnificaron y, si la receta ha funcionado, no quiero ni pensar la que nos espera en tres años, máxime si se considera que el PAN no tiene candidato, y que la gente de la dupla - tercia amarilla/roja/naranja tiene sus bonos por el suelo.

En la cultura de las elecciones, aunque no en los números, el gran derrotado fue el PAN. ¿Por qué? Principalmente, por las inteligentes campañas montadas por la oposición, empecinada en demostrar que el país está al borde del abismo para lucrar con ello y sacar ventaja. Si a esto le sumamos que no faltó el mentecato que le dio la espalda al partido en el último momento -como el senador por San Luis Potosí, por ejemplo-, que la campaña monotemática fue atroz, y que muchos de los candidatos no hicieron campaña -tal vez se embolsaron la lana impúdicamente-, todo el escenario pintaba para el desastre... y éste sobrevino. Me queda la duda, honestamente, de si el voto a favor del PRI fue necesariamente en contra del PAN, dado que los primeros no tenían en su publicidad ningún tipo de alternativa para "hacer las cosas mejor", y todo se reducía a meras propuestas huecas. Como sea, al juntarse los diputaRAdos del PRI y del Verde, poseerán mayoría absoluta en la Cámara -254 legisladores, si no me falla la memoria- y tendrán mano libre para hacer y deshacer. Veremos qué es lo que, al final, hacen o deshacen.

En los números, el PRD protagonizó la caída más estrepitosa tenida por partido alguno en la historia contemporánea del país: entre 20 y 22 puntos porcentuales, ni más ni menos. Por obvias razones, los señores amarillos han propalado hasta la náusea la "derrota" del PAN, pero los números no mienten. ¿Por qué perdieron? Se sabe bien: entre el fuego "amigo" -vaya amistades las suyas- que les endilgó el Peje, y sus propias torpezas -poner de candidatos a un inútil como Bernardo Bátiz , o a una impresentable como Ana Guevara no es de lo más sagaz-, el partido se cayó. Si a eso se suma que nadie sabe, literalmente, para quién trabaja, que están que corren y no a quienes contendieron por otros partidos, y que el propio instituto político carece de una línea de acción precisa, se adivina el por qué del azotón. ¡Ah! Y el anulismo, faltaba más. De todas las personas que conozco y anularon sus votos, todas, salvo dos o tres, habían antes votado por ese ente amorfo llamado "izquierda", en cualquiera de sus presentaciones; asimismo, está el hecho incuestionable de que algunos votantes perredés decidieron que el nene no era alguien adecuado y dieron su voto al papá, o sea, al PRI. Sin duda, un caso muy interesante para realizar un estudio formal de cultura política.

Viene luego la llamada, con todo tino, "chiquillada", compuesta por partidos de membrete salidos del PRI o reciclados de propuestas ya rebasadas y descalificadas en su momento: el PT, Convergencia, el Partido Verde, y el PSD. Los dos primeros son, sin duda, una verdadera lástima: entre ambos juntaron el 5% de los votos -los anulistas alcanzaron el 6%-, a pesar del apoyo que les brindó el mesías que vino del pantano. Esto, aunque permite ver que son un par de opciones lamentables y sin propuestas, les ha facultado para vivir del presupuesto tres añitos más, con una agravante: gracias a nuestro absurdo sistema político, Convergencia, que no ganó un solo distrito -es decir, todos los candidatos que presentó en solitario fueron barridos-, tendrá seis diputados "plurinominales", por obra y gracia del Cofipe: seis inútiles, seis sanguijuelas, seis lacayos del Peje, o de quien les pase una corta. El PT, aunque está en el mismo costal de la desgracia, al menos ganó por acá y por allá, aunque su carta más notable fue el tal Juanito, un vándalo profesional, un analfabeta funcional, o un pelele, como gusten llamarle, que ganó la delegación Iztapalapa por razones ligadas a despensas, dinero para viejitos, vales para útiles o becas para inútiles; un tipo sin cerebro y sin carácter que, según pintan las cosas, entregará una porción de la ciudad a la ínclita Clara Brugada, destacada integrante del gang de Bejarano y Cía. Lo que les espera a los iztapalapenses bien merecido lo tienen, no cabe duda. Por cierto, hay buenas noticias en todo esto: dada la escasa votación alcanzada por el PT, la terrorista mustia que responde al nombre de Lucía Morett no alcanzó su anhelada diputación plurinominal, y ya la espera un avión para ir a rendir cuentas a Santa Fe de Bogotá.

¿Qué resta? El Verde y el PSD. El primero se metió una cantidad inusitada de votos porque, se diga lo que se diga, montó una campaña clara y precisa a partir de tres promesas fáciles de aprender: pena de muerte a secuestradores y asesinos -faltó incluir a narcos y a violadores-, vales para medicinas, y becas para estudiar computación e inglés -en el mejor estilo de Francisco Labastida-. ¿Cómo cumplirá lo prometido? Misterio, aunque sospecho que no cumplirá, con el consabido lema de "los tiempos no están maduros", o alguna idiotez por el estilo. En tanto, el PSD, para fortuna del país y del presupuesto, dejó de existir; su campaña fue espantosa y mezclaron temas de tal disimilitud que no podía esperarse otra cosa. Así, apoyar -como es mi caso- la despenalización total del aborto, no resulta compatible con legalizar las drogas -a lo que me opongo férreamente-, y plantear que "las cosas no se solucionan a balazos." ¿Cómo entonces? Los narcos existen, también los adictos, ¿vas a hablar con unos y otros para que no hagan las cosas mal, y se formen en fila? Vaya sandez. ¿Que el Estado controle la distribución de droga? Ajá, y los narcos se van a retirar del mercado porque la ley se los prohibirá, ¿no? ¿Y los gringos dejarán que el gobierno maneje el narcotráfico abiertamente? Seguro, seguro: con Bartlett, Beltrones y Bours tenemos suficiente, y eso que operan "a la sombra".

¿Qué nos queda a los ciudadanos? Poca cosa; por principio de cuentas, deberíamos ahora sí presionar a los inútiles que fueron elegidos para que trabajen, para que le pregunten a la gente qué demonios le hace falta, y para que rindan cuentas de lo hecho. La cantidad de iniciativas de ley que quedaron en el tintero es tal que da pie a pensar que los legisladores no trabajan sino cuando los tiempos están por vencerse... aunque ello parece ser parte de la idiosincrasia nacional. Empero, es tiempo de que los ciudadanos hagamos algo más allá de anular votos -que el tiempo dirá si la medida funcionó o no- y nos convirtamos en lo que somos: los verdaderos patrones de ésos que se denominan "servidores públicos", que están a nuestro servicio y deben, por ende, acatar lo que les solicitemos, siempre que ello no sea una barbaridad.

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