16.11.10

Oportunidades políticas.

Hace unas cuantas horas, el perenne vividor del presupuesto federal Porfirio Muñoz Ledo se metió a una sala de charlas del periódico El Universal y concedió una entrevista a distintos cibernautas a propósito de la salida al mercado de su nuevo disparate editorial —que, como de costumbre, publica Grijalbo—, una obra titulada La vía radical para refundar la República. Los lectores del diario que lograron salvar las políticas de moderación impuestas a la conversación, tuvieron la posiblidad de preguntar a Muñoz Ledo y Lazo de la Vega sus muy sesudas opiniones acerca de qué es lo que se necesita para, como dice el título de su mamotreto, refundar la República, en el entendido de que el modelo en que vivimos dista mucho de ser representativo, el federalismo es sólo una ficción conveniente a la que apelan gobernadores y presidentes municipales cuando el cerebro y los dineros les escasean —lo que sucede con cierta frecuencia— y la clase política se ha convertido en una rémora para el desarrollo del país, sea como sea que se entienda lo que significa el progreso.

Muñoz Ledo, con el estilo que le es habitual, respondió —por escrito, vía conversación electrónica— con frases tajantes, con recetarios, con modelos que dejan ver al político experimentado que es —cuatro décadas, cuando menos, de vivir del presupuesto lo respaldan— pero que, también, le exhiben como un gran sinvergüenza pleno de contradicciones, el clásico político desfachatado cuya máxima vital es el conocido aforismo "hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre". Así, Muñoz Ledo no dudó en condenar la inmensa corrupción que prevalece en el país, la desinformación que padece la sociedad civil, la necesidad de renovar la clase política y la obligación de crear instituciones confiables, lo cual suena excelentemente bien como discurso, pero que se convierte en una burla al salir de los labios —o de los dedos, para ser congruentes con el formato del encuentro— de un político camaleónico, chapulinesco —perdónese el neologismo—, oportunista, defensor en un momento —como miembro que fue de ellos— de los peores regímenes que ha sufrido este país —el de Echeverría y el de López Portillo—  y en otro de mecanismos de corte golpista —a partir de 2006—.

La trayectoria de Muñoz Ledo bajo el amparo del presupuesto no es nada despreciable, especialmente si se habla en pesos y centavos, no a propósito de logros concretos: secretario de despacho en dos ocasiones, embajador de México ante organismos internacionales en tres ocasiones, diputado en otras dos, senador en una, presidente nacional de dos partidos políticos distintos —aunque no tanto— en sendas ocasiones, candidato a una gubernatura estatal y a la presidencia de la República también en una ocasión. ¿Cómo es ello posible? Simplemente, dejando de lado cualquier convicción política profunda y buscando el poder por sí mismo, por el poder. Sólo así se explica que, en diferentes momentos de su carrera, Muñoz Ledo haya vestido los colores del PRI, del FDN, del PRD —que no es lo mismo que el anterior, y para ello basta leer las muy desencantadas declaraciones realizadas en su oportunidad por Heberto Martínez—, del PARM, del PAN —indirectamente—, del FAP, y ahora del PT, aunque oficialmente no tenga partido. A este respecto, es un tanto fácil ver que las tres primeras estaciones de su recorrido son las mismas que transitaron sujetos como Cárdenas, López y, más recientemente, Camacho, Núñez y Ebrard —entre otros cientos— quienes, al ver cerradas las oportunidades de ascenso político bajo el amparo del oficialismo, decidieron llevarse sus juguetes y jugar por su cuenta a los políticos en el sector de "la izquierda" que era el que, con su cara populista, les brindaba mayores posibilidades de éxito al enarbolar el gastado lema de dar, dar y dar, al tiempo que palabras como "déficit", "competitividad" y "productividad" quedaban borradas de su diccionario particular.

Sin embargo, el paso de Muñoz Ledo del PRD al PARM no lo explica nadie. ¿Asumió una candidatura presidencial porque de verdad creía que iba a ganar, sólo para seguir apareciendo en las fotos o para vivir de algo? Más tarde, al ver que su instituto político —fundado por ciertas momias a las que la revolución no les hizo la justicia que esperaban— no caminaba, declinó a su candidatura y, de último momento, se subió al carrito del que iba a la cabeza en las encuestas, Vicente Fox, quien sólo le dio atole con el dedo y, conociendo su volubilidad, lo mandó como embajador ante la Unión Europea, para perpetua amargura de Muñoz Ledo. Una vez retirado de su cargo por su escandalosa conducta —pítimas por aquí y por allá en lujosos bares y restaurantes de Bruselas—, regresó a México, cambió de chaqueta y se vistió nuevamente de rojo. O lo que él entienda como tal porque, para el caso, se unió al Peje. Al amparo del loquito, se dedicó a coordinar el monstruo de tres cabezas llamado FAP —donde los expriístas como él son cuantiosos— y luego, sin esforzarse demasiado, logró una curul como diputado plurinominal por el PT, órgano político creado y dirigido por los hermanos innombrables pero que, por razones que a nadie conviene hacer explícitas, se ha convertido en el refugio de las ideas pseudo radicales del mesías venido de Macuspana. ¿Convicciones políticas? Ni soñarlo.

Ese político camaleónico es el que pide refundar la República y da su propio recetario sobre cómo lograrlo. Él mismo es el que, en la entrevista a que me he referido, excusa a la clase política de su estupidez, sus corruptelas y su aferramiento al poder al afirmar que "tenemos malos políticos porque padecemos una baja ciudadanía" o, lo que es lo mismo, el país tiene los políticos que se merece. También es él quien, al ser cuestionado sobre el papel de los políticos, enuncia —parabras más o palabras menos— que la sociedad debe aprender a vivir sin los políticos, y debe proceder a la renovación democrática de la clase política. Si lo primero es de un cretinismo exacerbado —acusar al otro de que padece lo que uno mismo le hace padecer—, lo segundo es muestra de un cinismo inconmensurable. ¿Omitir a los políticos, señor político? ¿Los políticos que medran con la necesidad de la gente en ciudades, pueblos y comunidades pretendidamente autónomas? ¿O a qué políticos se refiere? ¿A los que, mediante el manejo de la ley, se han hecho indispensables? ¿Los que han intervenido en todos los órganos de la sociedad, los que han quitado al IFE su cualidad de "instituto ciudadano", los que deciden quién puede expresarse y quién no, y que pugnan por acomodar a sus paleros en instituciones de justicia, de cultura o de transparencia a nivel federal, estatal y municipal, por mencionar sólo algunas de ellas? ¿Renovar a los políticos, señor político perpetuo? ¿O a cuáles renovamos? ¿Sólo a los que tienen curul ya con nombre y apellido, o también a los que se pasean por al país haciendo campañas con dineros misteriosos, a los que infliltran comités barriales e instituciones educativas, o a los que venden recetarios mágicos? ¿De cuáles nos deshacemos, señor Muñoz Ledo? Y, si el objetivo es dehacerse de ellos, o al menos operar sin depender de ellos, ¿para qué entonces hay que renovarlos? ¿Para permitir que los hijos de López, de Narro, de Madrazo y de usted mismo se enquisten en el presupuesto?

Muñoz Ledo, el político vidente, ve un México donde la República se refunde, se reforme al Estado —reformar, es decir, transformar desde arriba— y todo sea flores y colores. Claro está que, cuando ha tenido su oportunidad, no ha hecho nada, o ha hecho muy poco. En la STyPS, de la que fue titular entre 1972 y 1975, no hizo nada para modificar los absurdos contratos colectivos de los sindicatos en que el priísmo basaba su fuerza corporativa; acaso los validó, incrementó las prebendas y solidificó las posiciones de los líderes corruptos. No obstante, fue de los primeros en lanzarse contra las indispensables reformas promovidas al respecto durante este sexenio. También ha zarandeado a la deficiente educación nacional con todo tipo de argumentos, olvidando la responsabilidad que le tocaría por haber sido titular de la SEP entre 1976 y 1977. Por si fuera poco, en la charla de referencia arremete contra la televisión que desinforma y deja de lado que él, el maestro de la incongruencia, conduce un programa llamado Bitácora política —altamente desinformativo— en el Canal 34, órgano de difusión y propaganda del gobierno del Estado de México. Ejemplos como estos tres, sobran, y permiten comprender por qué Muñoz Ledo lleva pegado a la ubre del Estado desde la década de 1960, posiblemente desde antes, sin que se vea qué tenga que pasar para despegarlo: escudado en una sociopatía sorprendente, vigorizada por sanas dosis de desmemoria, olvidos convenientes y una agilidad tal que le permite saltar de un lado hacia otro del espectro político, el perenne Muñoz Ledo seguirá ahí, golpeando a favor de quien lo patrocine y en contra de lo que, en un momento específico, sea adecuado para mantenerlo vigente.

Como cierre, vale decir que la entrevista a Muñoz Ledo es, en mi opinión, una enorme metida de pata de El Universal. El sujeto se somete a las preguntas de un auditorio complaciente, en ocasiones cándido, y le dicta una serie de furibundas diatribas entre cuyas premisas destaca la de cancelar a los políticos, sin pensar —como tampoco lo pensó en su momento el loquito al que ahora se ha asociado— que él mismo es un político, que vive de la política y que hacer la política es lo suyo. La metida de pata se redondea al ver que en la entrevista —que no es sino un anuncio comercial para promover el amasijo de hojas a que he aludido en su momento— se presenta un político que vende una receta, al tiempo que dice que la sociedad debe hacer menos caso a los políticos y operar desde sí misma. Si ello no es una barbaridad absoluta, ¿cómo leerla? Tal vez, desde el propio Muñoz Ledo, como un simple "no, no le hagan caso a los políticos; quiero decir, a los demás políticos. A mí, sí".

Hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre. Ni más, ni menos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No m....s gran Alfredo, ahora si que te aventaste un disparate teórico...ya mejor ponte a desquitar el sueldo

Alfredo R. I. dijo...

¿Por qué disparate?
¿Por qué teórico?
¿Quién te dice que no desquito mi sueldo?

Unknown dijo...

¿Pítimas? Ja, ja, ja, ésa sí que es buena. Deja la apunto antes de... continuar. Ahora sí: parece que has pisado un delicado callo por aquí; y eso me llama mucho la atención. ¿Cómo le hace uno para, después de cincuenta años de andar cambiando de caballo a cada carrera -aunque aprenderse tantos himnos de partidos es ya proeza suficiente-, seguir teniendo incondicionales? Digo, nomás hay que ver el caso de LeBron James, al que, con un solo cambio de equipo, casi se le acaba la carrera.
Perdón. Seguramente, algún anónimo me acusará de estar trivializando una seria discusión política. Será; pero creo que yo no he hecho tanto, ni podría hacer, como un Muñoz Ledo hace, y sigue haciendo, para desprestigiar la profesión que lo tiene tan bien alimentado.
A mí me ha gustado y me ha servido mucho lo que escribiste a propósito de la más reciente exhibición impúdica de don Porfirio; y comparto tu desorientación ante la "teórica" acusación: yo más bien encuentro tu texto rigurosamente documental.
Quizás haya calado el tono jocoso de tus intercalados comentarios. Pero si la carrera de Muñoz Ledo no es una gran ironía de proporciones históricas, un cínico manual de supervivencia para el político adolescente, una amarga ilustración del destino final de la revolución institucionalizada, entonces, no es nada.
Y nuestro anónimo, en negándose a ver la ridiculez supina de esta figura, le hace un favor muy flaco a quien ya no puede esperar ser recordado mas que como la vedette más exitosa del teatro posrevolucionario.

Alfredo R. I. dijo...

Lo peor del caso es que sanguijuelas como ésta se dedican a pontificar y, lo peor, encuentran oídos por aquí y por allá, adeptos más allá y, en general, gente que les da espacios para decir sus necedades. Sólo con mirar la sección de editoriales y columnas de El Universal se da uno cuenta del tamaño del cinismo: al beodo en cuestión —al que siempre relaciono con el Constitucionalista Beodo de La fiesta del chivo— acompaña gentuza como Manuel Bartlett y Manuel Camacho. ¿Eso es síntoma de un periódico "plural", o de la más grande desvergüenza existente?