Según dictan los cánones, el medio académico de las humanidades es el espacio destinado a la reflexión, el análisis, y la presentación de posibles soluciones a los poblemas que nos aquejan. Hastiada de las teorías economicistas, panpolitistas -perdónese el terminajo-, o simplemente descerebradas, la sociedad voltea los ojos a la academia, de cuando en cuando, para que le dé una recetita, aunque sea minúscula, que le explique lo que ha sido, en el pasado remoto o inmediato, y lo que es.
Hasta aquí parece no haber problema alguno. Sin embargo, de cuando en cuando, personas investidas del aura mágica que implica ser "investigador de nosedónde", "analista de nosequé", "catedrático de quesecuántos", o "experto en yoquesé", meten la pata hasta el fondo y, en lugar de aprovechar una valiosísima oportunidad para quedarse calladas, abren el pico y la riegan. ¿Qué riegan? Eso que usted, querido lector, y yo, bien nos imaginamos. El origen del disparate puede ser, simplemente, la precipitación, aunque bien pueden existir los clásicos componentes del golpeteo político y el partidismo como combustible para decir un sinsentido determinado. La casualidad, como es obvio, queda descartada en estos casos.
El fondo de lo anterior es, en concreto, el siguiente: el día de hoy escuché una noticia que, textualmente, indicaba que "expertos del Colegio de México afirman que la pobreza extrema en México ha crecido un 26% en los dos últimos años." Tal dato es, cuando menos, escalofriante pero, al mismo tiempo, merecedor de un aplauso para los cerebros que han logrado, por arcanos métodos, llegar a tan contundente enunciado. Sin embargo, cuando la investigadora (primera trampa: no son los, es la, una solita) fue cuestionada al respecto, se internó en el peor de los terrenos académicos posibles, a saber, el resguardado por el tiempo pospretérito. La mujer dijo que, de 2006 a la fecha, la pobreza extrema en el país pudo haber aumentado (o sea, no hay certeza en ello) en 4.3 millones de personas, lo que colocaría (sí, matemáticamente, pero con la misma base hipotética) a X número de mexicanos dentro del grupo que viviría (¿no es que viven, acaso?) con menos de $33.00 al día para solventar el total de sus necesidades.
¿Qué clase de dato es éste? Como no me canso de repetirlo, ya Gaston Bachelard, y su dilecto discípulo Georges Canguilhem, dedicaron un buen número de cuartillas a desmitificar el valor de la matemática como explicación cierta, objetiva e infalible de la realidad. Sin embargo, a un determinado tipo de estudiosos les seduce la posibilidad de dar un dato concreto, duro, que pruebe cuán inteligentes, agudos y certeros son. Sin embargo, ¿de qué sirve dar cifras, si el verbo que las acompaña permite ver que todo es una suposición? Con esta base, cualquier cosa es cierta, hasta los reportes muy científicos de Jaime Maussan, quien estaría facultado para decir: "el día de hoy podrían haberse observado alienígenas a la puerta de nuestras casas." Cierto, podrían pero, ¿se vieron?
Todo parece cobrar sentido cuando se ve que la investigadora entrevistada, Araceli Damián González, es (o fue) dirigente del sindicato de trabajadores del Colmex. Comienza a sonar sospechoso, ¿no es verdad? Asimismo, es asiduamente entrevistada por el órgano de difusión ideológica del PRD y del grupo péjico, La Jornada que, por cierto, de forma invariable la presenta como "la experta del Colmex, Fulanita de Tal", como si ello la librara de decir sandeces y meter la pata. No obstante, parece quedar claro el sentido del mensaje: no tengo los datos verdaderos ni me importa tenerlos; simplemente, hago uso de mi aureola académica para darle un palo al gobierno "de la derecha" y quedar bien con los míos.
Me pregunto si los suyos no son también los académicos, y si éstos no podrán, en algún momento, darle un jalón de orejas por su poca ética y su peor método para encubrir sus intenciones.
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