Sabia es la ¿máxima?, ¿dicho?, ¿refrán?, ¿sentencia?, que reza "el poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente." Sin embargo, ¿qué pasa cuando el poder se va, se esfuma, o se evapora el anhelo de poder? Ciertamente, puede enloquecerse, si no se tienen los pies bien puestos sobre la tierra o el sueño alcanzó límites, dicho de forma literal, delirantes.
Recién eso ha acontecido en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, o algo muy parecido. Para poner al tanto a quienes no tengan idea de cómo están las cosas, comentaré que, durante el último mes, nos vimos envueltos en un proceso para elegir al director de nuestra institución. Elegir es un eufemismo: los interesados en ocupar la dirección promovieron sus candidaturas, y un segmento de la facultad -una minoría, vale decirlo- apoyó a uno u otro con base en sus propuestas, sus talentos o, no podía faltar, en la posibilidad de obtener algún beneficio personal de todo el embrollo. Al final, la rectoría esgrimió su dedo súper poderoso para designar a quien, por razones que nos son desconocidas, le pareció adecuado.
Cinco eran, en un principio, los candidatos, de entre los cuales dos parecían ser favorecidos fuertemente por la administración saliente. Tras realizarse la presentación de sus proyectos de trabajo, realizamos una votación. Un candidato adicional apareció de la nada y, como vulgar saboteador, se "brincó" el proceso interno que se realizaba en la facultad -estaba en su derecho, cabe decirlo, pero lo esquirol no se lo quita nadie- y se registró directamente en la rectoría. Seis candidatos, seis. De entre ellos, el rector armó una terna con tres, curiosamente no quienes habían obtenido mayores apoyos en el proceso, sino quienes contaban con los mismos de antemano. Integrada la terna, dos hombres y una mujer, todo fue esperar un par de semanas.
En ese lapso, se vio claramente cómo se habían movido las aguas: una candidata era apoyada por una personalidad clave en las altas esferas de la Universidad Nacional y, aunque ni su currículum ni su trayectoria la avalaban, contaba también con el apoyo del director saliente. La otra candidata, sin duda poseedora del mejor currículum de quienes integraron la terna, contaba con apoyos fuertes en el interior de la facultad, a los cuales se sumaba un miembro de la junta de gobierno. A su vez, el candidato contaba con el apoyo de una mafia de ésas que se arman al calor de la academia y, lamentablemente, terminan por contaminarlo todo a su paso. Hay que decirlo: el candidato, desde mi muy particular punto de vista, no era malo; empero, el grupo que lo había apoyado es responsable, entre otras cosas, de integrar a la plantilla académica de la facultad a un conjunto amplio de mediocres, sin más mérito que la cuatitud que se profesan entre todos; asimismo, cuentan con valiosos prospectos para escalar posiciones con rapidez, entre quienes destaca la eminentísima doctora exprés, tal vez la única integrante del personal académico de la facultad que ha conseguido -y lo presume, con todo el cinismo- un doctorado en seis meses, cual si fuera un título de ésos que emitía el antaño muy conocido Atena College.
El resultado del proceso favoreció a la candidata B, la del mejor currículum. Sin embargo, su designación como directora de la facultad no fue bien acogida por el grupo del candidato, en primer lugar, porque ambos son del Colegio de Historia y, en segundo, porque éstos habían comenzado a acomodarse en posiciones estratégicas para que, tras el triunfo de su gallo, les fuera la mar de sencillo operar, pudieran poner a sus mediocres y quitar a quien no les pareciera, y todo terminara siendo una fiesta. Bien, les falló, y mucho me alegro.
¿Dónde queda la locura con la que inició este texto? En la reacción del grupillo perdedor. Hoy mismo comenzaron a enloquecer, primero quien funge como coordinador del Colegio -que es un simple hombre de paja de la mujer que mueve los hilos en su mafia-, y posiblemente después los demás. Para muestra, no sólo alteró de un plumazo un sínodo de examen profesional -aun cuando ya estaba todo casi listo para realizar el mismo-, sino que incluso insultó a la alumna, menospreció su trabajo, asumió una autoridad despótica que no va, para nada, con su poco carácter y, lo más evidente, rompió con la apariencia de hombre bueno, comprensivo, tolerante, que había guardado desde que asumió su cargo. ¿Cómo se explica tan radical transformación? ¿Se ha pirado? ¿O sólo se quitó la careta?
Podríamos preguntarnos ¿de qué murieron los quemados? ¿O ya, al saber que tendrá que dejar el puesto porque se cargó al lado equivocado, todo le importa poco y arrasa con quien se deje, aunque sean alumnos que ni la deben ni la temen? Lo dicho, de la buena nos salvamos ahora que este grupillo no llegó a la dirección.
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