Hace unos años, un grupo de legisladores bajacalifornianos pretendió impulsar la llamada ley chapulín, mediante la cual se evitaría que los funcionarios de elección popular renunciaran a sus puestos, antes de concluir sus gestiones, para "saltar" a otro cargo. La medida, como era de esperarse, fue impugnada por quienes, eventualmente, serían afectados, aduciendo que la ley violaría los derechos constitucionales de las personas a votar y ser votadas. Para no hacer el cuento largo, la ley se desechó y los chapulines se dedicaron a saltar de lo lindo de un puesto a otro.
Mientras escribo estas líneas, circula por mi calle un automóvil que, a través del infaltable megáfono -que distorsiona cualquier sonido emitido a través de él, y brinda a cualquier anuncio la calidad de audio que distingue a presentadores de lucha libre y propagadores de la nota roja-, reproduce un mensaje pronunciado por Tomás Pliego, precandidato a la jefatura delegacional por la sufrida demarcación denominada Cuauhtémoc. La perorata, de un minuto de duración, expone la necesidad de salvar a la delegación, reordenarla, embellecerla, recuperarla de las manos del hampa, y hacerla de todos -aunque ignoro quiénes serán esos todos, supongo que se refiere a los beneficiarios de las limosnas de Marcelo y los comerciantes ambulantes deudores del mismo-. ¿Cómo se arribará a tales objetivos? Votando por él, claro. Es más, en un ejercicio retórico sublime por el grado de candidez que involucra, el sujeto en cuestión afirma que él vota por sus votantes, apuesta por ellos para que voten por él y se logre la transformación del espacio político. Qué ternura.
Ante todo esto, sólo cabe decir lo siguiente al señor Pliego: no sea usted cínico. En primer lugar, llevamos doce años (cuatro regímenes delegacionales completitos) escuchando que debe salvarse a la delegación Cuauhtémoc. ¿De quién, me pregunto? Los priístas reconvertidos que acompañaban a Cárdenas buscaban salvar al lugar de los priístas tenaces que habían estado al frente de la delegación en tiempos pretéritos. A su vez, Dolores Padierna incluyó el lema "salvar" como parte de su campaña, y los achichincles de ésta que han ocupado la jefatura delegacional desde entonces -Virginia Jaramillo y José Luis Muñoz- se han escudado en el mismo mot para ganar votos. ¿De qué se trata? ¿Cómo nos salvamos de ustedes mismos? ¿O es ésta, acaso, la estrategia seguida por las mafias de Chicago, estilo Al Capone, y reproducidas por el narcotráfico contemporáneo, en las que la salvación de uno está en acogerse al amparo del malo, so pena de ser realmente perjudicado? Bonita opción, ni duda cabe.
Hoy nos venden una nueva salvación, una nueva recuperación de los espacios, una nueva reorganización de la población. Nos la ofrece, también de nueva cuenta, un sujeto que vende "honestidad, compromiso, pasión por su delegación." ¿Con nieve, o sin nieve? Para empezar, ¿cuál compromiso, señor Pliego? Si no mal recuerdo, hace tres años -gracias al reacomodo de los distritos electorales locales, a través del cual se incorporaron zonas donde el perredismo arrasa a otras donde no pintaba- fue electo diputado local por el X distrito. ¿A qué se comprometió? A trabajar. ¿En qué? Eso no lo sabemos, dado que no hay resultados y la zona en que habito -compuesta en lo macro por las colonias Roma, Juárez, y un segmento de la Doctores- se mantiene viva, no gracias a las gestiones de la autoridad, sino muy a pesar de ésta, firmemente decidida a llenar el paisaje de ambulantes y las calles de agujeros. Nada de eso importa: Pliego abandona el puesto para el que se le contrató y, sin pudor, se lanza a una nueva elección o, lo que es lo mismo, a vivir del presupuesto tres años más sin dar el golpe.
¿Qué promete este individuo? Tampoco se sabe, más allá del lugar común y la muy mentada salvación que, por cierto, hoy en día resulta ser el slogan socorrido por los pejistas con ínfulas mesiánicas y misoneístas. Fuera de ello, su página de internet no muestra un plan, una propuesta concreta, un programa de acción. Simplemente, aparece la cara del tal Pliego, acompañada por la ya mencionada ridiculez que indica "yo voto por ti." No, gracias. Tomás, no votes por mí. Mejor te propongo algo: yo voto porque cumplas con lo que prometiste hace tres años y, en los escasos seis meses que le restan a la presente legislatura, te pongas a trabajar, abandones la política del chapulín y demuestres que, al menos en eso, tienes palabra. De otro modo, ¿cómo confiar en ti?
A propósito de chapulines, ¿se imaginan las locuras que podrá cometer la súper - sandia (sandia, persona que comete sandeces, no sandía, fruto tricolor) Ana Guevara en caso de acceder a la jefatura delegacional de Miguel Hidalgo? Aunque a ella nadie la eligió para ningún cargo, demuestra que sus capacidades físico - atléticas sobrepasan las carreras de velocidad e incluyen el salto de largo alcance, al abandonar sin pena -ni gloria- el cargo para el que la designó el ínclito Marcelo y buscar un puesto de elección popular, proceso en el que, por desgracia, tiene alguna posibilidad de triunfar debido a la combinación de los malos resultados entregados por la gestión de Gabriela Cuevas y la oportuna movida de tapete que le ha aplicado el gobierno capitalino.
Como colofón, vale anotar que el país está frito. Los políticos abandonan cargos que se comprometieron a desempeñar con honor, honestidad, bla, bla, bla, y buscan nuevos, de los que a su vez saltarán para buscar otros... y así ad infinitum. Lo peor del caso no es que salten, que si las leyes se los permiten, ellos lo harán, ni duda cabe; no, lo peor estriba en que el ciudadano, defraudado por un chapulín que le deja el trabajo cual vil criada, vuelve a votar por el mismo sujeto para un nuevo encargo que, seguramente, le tirará en la cara a la primera oportunidad. ¿Dónde se ha visto eso?
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