9.4.09

La protesta social.

La capacidad de raciocinio poseída por el ser humano lo entitula para estar de acuerdo con aquello que le rodea y, al mismo tiempo, para protestar contra lo que le parece inadecuado, cualesquiera que sean sus razones. De esta manera, en nuestro diario transitar podemos encontrarnos con gente que protesta porque los precios subieron, porque su equipo de futbol perdió, porque la relación con su pareja es un asco, o incluso porque no se halla en este mundo. De todo hay.

Si es posible protestar por todo, también se puede protestar de múltiples formas: hay quienes, sencillamente, despotrican contra el gobierno en la comodidad de una cantina; otros prefieren sumarse a una lista electrónica de discusión; hay quienes, no podía faltar, salen a las calles a bloquear el tránsito, en protesta porque la colegiatura de su nene se ha encarecido, los microbuses ya no pasan por su colonia, o el agua se ha acabado. También en este caso, de todo hay.

Más allá de lo anterior, lo que parece cierto es que, en un rango por demás amplio, la protesta de cada sujeto está circunscrita a un marco de posibles modos de operar, fuera de los cuales se torna inoperante o ridícula. Así, quien se manifestara en las calles porque el equipo de sus amores fue goleado haría el oso más terrible de su vida, y lo mismo pasaría con quien se quejara en la cantina porque el cura de su parroquia es un pederasta empedernido. Por tanto, aunque atenten contra las libertades de los demás y constituyan una transgresión a los modos de vida aceptados comunitariamente, los bloqueos, las marchas y los plantones, por un lado, y las pláticas de cantina, de almohada, o de sobremesa, por el otro, están en el marco de lo aceptable, de lo socialmente validado, de lo posiblemente efectuable dadas las condiciones del entorno.

Sin embargo, nunca falta el ridículo que ignora lo anterior y hace, simplemente, lo que no debiera, con el objetivo de brindar un mayor dramatismo a sus peticiones, exigencias, o protestas pero que, al salirse del canal adecuado, queda peor que villano cursi de telenovela. Para no ir más lejos, resulta que el presidentazo de Bolivia, el hombre del suéter eterno -que, según él, le acerca al pueblo porque no es un saco ni una corbata-, el paladín Evo Morales, ha decidido ponerse en huelga de hambre hasta que el Congreso no le apruebe la nueva ley electoral que, al estilo de su compadre y patrocinador Hugo Chávez, le permitiría reelegirse una vez más, con opción a realizar los topillos correspondientes para eternizarse en el puesto si así le da la gana.

A los mexicanos, tal tipo de protesta no nos es nuevo: basta recordar cómo, en marzo de 1995, otro ejemplar presidente latinoamericano, Carlos Salinas de Gortari, se puso en huelga de hambre para protestar porque se le culpaba de ser el causante real del error de diciembre, y también porque su hermano estaba en el bote. El resultado, como era de esperarse, fue nefasto: la gente no cesó de burlarse de los métodos absurdos de Salinas, dignos de cualquier episodio de Mercado de Lágrimas, y lo ridiculizó a tal grado que el peloncito debió suspender su huelga a escasas horas de haberla comenzado.

¿Qué pasará con Morales ahora? ¿Cree, honestamente, que le funcionará el magno chantaje que realiza? ¿Acaso su berrinche, digno de peor mocoso que se niega a respirar hasta que el papá no le satisfaga un caprichito, tendrá efecto entre los legisladores bolivianos, que no son precisamente los más hábiles del planeta? Lo peor del caso -ajá, hay algo peor- es que a este tipo se le ha olvidado que ya no es un líder social, sino el presidente constitucional de un país y, por tanto, la huelga de hambre no entra en sus esquemas de protesta posibles: dejar de comer no es factible, en una república federal, como medio para obtener lo que se desea. ¿Qué se propone el torpe Evo? ¿Incitar a que la población salga a las calles para apresurar al Congreso, no sea que, en una de ésas, el presidente muera de inanición, o quede peor de tonto de lo que está a causa de la muerte masiva de las neuronas que le quedan? Todo es posible. Sin embargo, el problema parece estar en que, durante los años en que ha fungido como presidente de Bolivia, Evo no ha dejado de pensarse como el líder de un grupito de personas, no ha asumido un rol de estadista, y se ha limitado a trasladar los mecanismos que le permitieron erigirse como dirigente de los cocaleros a la arena política nacional. Por tanto, su huelga es lógica, comprensible, y hasta loable... claro, desde ese punto de vista porque, desde cualquier otro, queda hecho una facha irremediable.

Qué pena. Se sabía que el tipo no era de lo más hábil, pero llegar a esto confirma cualquier sospecha en torno al grado de ridiculez y folclore a que pueden llegar los líderes populistas en aras de imponer su sacrosanta voluntad.

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